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¿Por qué confesarse con un sacerdote?

¿Por qué la fe católica obliga a confesarse con un sacerdote? ¿Para qué sirve hacerlo? Christine Gilbert, directora adjunta del Instituto de Estudios Religiosos del Instituto Católico de París, responde a las preguntas de Sophie de Villeneuve.

Sophie de Villeneuve: Primero de todo, ¿por qué es tan desagradable ir a confesarse?

C. G.: Es verdad que ir a confesarse no es agradable a priori. Exige valentía y mucha humildad. Pero es peor quedarse replegado en uno mismo, hacia los propios errores y faltas. El fundamento de la confesión es confesar la propia fe, lo que significa dirigirse a Dios, y esto lo cambia todo. Conozco a jóvenes que empiezan su confesión agradeciendo a Dios las gracias que han recibido, los progresos que han hecho, todo lo positivo que han vivido.

Para hacer esto, ¿tenemos que olvidarnos del sacerdote que tenemos delante?

C. G.: No somos espíritus puros. Tenemos necesidad de una objetividad en nuestras vidas, de tomar conciencia de las cosas hablando de ellas, formulándolas, verbalizándolas con alguien. Es muy importante.

Por lo tanto, hablar con alguien es esencial. Pero, ¿por qué un sacerdote?

C. G.: Forma parte de la herencia que Jesús nos deja en el Evangelio: «Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos» (Mt 18, 18) y Él confía este ministerio a sus apóstoles. El sacerdote no es un inquisidor; es una persona mediante la cual hay un encuentro entre el pecador y Dios. No ocupa el lugar de Cristo, pero asume su lugar para manifestarlo.

¡No es fácil para el sacerdote!

C. G.: El sacerdote entra en un proceso de oración, de acompañamiento. Juntos nos dirigimos a Dios. A partir del Vaticano II, durante el sacramento de la reconciliación, se lee un texto del Evangelio, nos situamos bajo la Palabra de Dios, para ser mejores discípulos y dar al Señor un lugar más grande en nuestra vida.

Aun así, no podemos eliminar la noción de pecado. ¿De qué se trata?

C. G.: Si a veces tenemos dificultades con la confesión es porque no la conocemos muy bien. A menudo confundimos error, falta y pecado. El pecado afecta a la relación con Dios y, por consiguiente, con los otros y con uno mismo. No se trata de tener un sentimiento de culpabilidad, que retorna sobre nosotros mismos, sino de considerar nuestra relación con Dios preguntándonos cómo nos situamos en la Alianza que Él nos propone. El pecado es una ruptura de la Alianza con Dios.

¿Es necesario reflexionar mucho para saber cómo hemos pecado?

C. G.: Sí, una confesión se prepara. Hay que examinar nuestros fracasos, sufrimientos, pecados… No todo es pecado, hay que discernir y ponerse bajo la mirada de Dios con la ayuda del Espíritu Santo, pidiéndole que nos ayude a cambiar, a ser menos tristes, menos agresivos, menos orgullosos…

¿Cuál es, entonces, el papel del sacerdote?

C. G.: Es un papel de presencia, de escucha, de acompañamiento. Una confesión es un diálogo, no un monólogo. El sacerdote ayuda a la persona a ir hacia adelante. Cada uno tiene sus costumbres. Algunos dan consejos, o viven un acompañamiento espiritual con una persona a la que ven con regularidad. El progreso se puede hacer de este modo.

¿Cuánto tiempo dura una confesión?

C. G.: Algunas parroquias proponen celebraciones comunitarias antes de Navidad o Pascua, en las que se canta, se lee la Palabra de Dios y en las que los sacerdotes se distribuyen entre la asamblea; el tiempo de confesión, en estos casos, es breve, cinco o diez minutos, porque hay mucha gente. Para algunos no es tiempo suficiente, por lo que no hay que dudar y pedir poder confesarse en otro momento.

¿Hace bien confesarse?

C. G.: Estoy totalmente convencida de ello. Es una experiencia liberatoria. Si no tenemos la valentía de mirar, de vez en cuando, nuestra historia, nuestros fracasos, nuestros pecados, siempre nos quedamos un poco atascados por dentro. El perdón, claramente manifestado en el Sacramento de la Reconciliación, nos permite asumir nuestra propia historia y seguir adelante.

¿Siempre somos perdonados?

C. G.: ¡Esto no quiere decir que no volveremos a empezar! Pero con la confesión, es como si estuviéramos en una escalera de caracol: porque demos la vuelta no significa que nos quedemos en el mismo lugar, sino que ¡subimos! Todo ser humano es un pecador, nadie escapa de esta realidad, pero es importante arrepentirse y querer mejorar. Cuando es así, en una vida compartida con el Señor, se ven progresos. El perdón de Dios ayuda a la vida espiritual y proporciona la valentía para avanzar.

Es decir, si cometemos siempre los mismos errores, los mismos pecados, si decimos siempre lo mismo en la confesión, ¿no pasa nada?

C. G.: ¿Realmente decimos siempre lo mismo? No estoy segura de esto. Algunas personas muy escrupulosas nunca quieren olvidar nada cuando se confiesan. Pero lo importante es estar en un recorrido que haga que la verdad acontezca mediante la palabra. No podemos ser exhaustivos. Estamos delante del misterio del amor de Dios. Se progresa poco a poco, en la vida y en la verdad.

¿Hay que confesarse a menudo? ¿Es una obligación?

C. G.: Hay grandes momentos para confesarse. La confesión es un recorrido de muerte y resurrección; es importante hacerlo durante la Cuaresma. Pero una vez al año, que es el ritmo que impone la Iglesia, no es suficiente para mucha gente. Depende de cómo se sitúe cada uno en relación con su propia vida y en su relación con el Señor.

¿Es necesario arrepentirse sinceramente para ser perdonado?

C. G.: Sí, es muy importante. Si hacemos de la confesión un momento mágico que simplemente nos "purifica" y nos permite volver a empezar, nos estamos equivocando. Es necesario tener el deseo de no volver a empezar y de vivir en intimidad con el Señor. La confesión tiene que ver con el deseo.

Lea más en https://es.la-croix.com/glosario/por-que-confesarse-con-un-sacerdote#iO3BSlg9m5kRLGMJ.99


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